sábado, 15 de marzo de 2008

Cuento que de veredas hablamos

Pasan y pasan los caminantes y porque pasan es porque algunos lloran. Los que lloran son los que temen a ser olvidados y a ser pasado, de ese que se olvida. Lo que se olvida, sin saber aun esta presente en lo que algunos llaman el área de la nada cerebral, y esos algunos no cuentan lo que fue su pasado porque simplemente no quieren contarlo. Así es como les cuento esta historia, una historia de un pasado que para algunos fue y para otros como yo la cuentan:


La vereda pisada, lucía triste y apagada, ya gastada, en su interior descubría lo que sentía cada persona propietaria de cada pisada, a lo largo de su cuerpo conocía a las personas, y las sentía alegres, las sentía tristes, desesperadas, unas enamoradas, otras desamparadas, también hambrientas, como solitarias, las sentía de diferentes formas, maneras, estados de ánimo y de candor. Era lo que estaba destinada a enfrentar en el mundo y era lo que cada día en la calle ella sentía.
Así, después de tanto tiempo y tantos años, la vereda comenzó a cansarse. Ella estaba ya hastiada de lo que le había tocado vivir y lo que hacía, es que principalmente lo que le dolía es que, lo que más sentía era tristeza y soledad, se reflejaba en ella el interior de las personas que día a día flotaban sobre ella dejando su baja huella y su sombra. La vereda estaba desesperada, dolida, aguantando cada día tanto sufrimiento, el de las personas de este mundo actual casi sin amor. Después de tanto aguantar ya no pudo más y decidió hacer algo para cambiar, ya no quería ser más una vereda.

Fue entonces cuando cada noche -con la calle solitaria- comenzó a soñar; eran sueños fugaces, fuertes, llenos de velocidad y adrenalina, casi confusos y desenfocados, ella no los entendía. Hasta que un día decidió ver más allá de sus fronteras y así se dio cuenta de la majestuosa y grande extensión que la precedía: caliente, vigorosa e imponente se erguía ella, la autopista. Tan llena de fuerza y optimismo la autopista reflejaba lo que los autos en ella le dejaban, la velocidad y el valor. Viendo a este punto la situación fue que la vereda -encantada de lo visto- ahora quería ser... ¡autopista!. Al final, lo que sentiría serían simples máquinas. Entendió en ese momento sus sueños fugaces.

Pasaron y pasaron los días, cada uno de ellos más estresante que el anterior al no encontrar la forma de cumplir su deseo. Uno de estos días, oscuro ya por tantas horas agobiadas sucedió algo inesperado:
-Te siento cansada -dijo una voz tenue y delirante.
-¿Quién eres? -respondió la vereda ante tanta oscuridad.
-Sólo una pobre vieja.
La vereda inmediatamente sintió a la anciana, tan llena de paz y seguridad, algo que nunca había sentido con alguna otra persona. Impresionada de lo que percibía y cómo aquella vetusta persona podía hablarle, se dejó llevar.
-¿Qué buscas linda?
-Quiero ser diferente, ya no aguanto sentir tantas cosas malas de las personas, quiero ser autopista y sólo sentir los autos pasar, pero no sé cómo.
-Las cosas no se solucionan escapando de ellas querida sino enfrentándolas, mírame a mí, tan vieja y además ciega, ¿crees que alguna vez quise ser otra?. Hoy a mis 88 años sigo caminando por la vida por mí y por mis hijos y tengo como mi fuerza el amor de ellos hacia mí, eso es suficiente. Lo único que tienes que hacer es buscar la fuerza que te impulse a seguir y disfrutarlo, así tu camino será más fácil.

Aquel sentimiento que la anciana logró transmitirle en ese instante simplemente desapareció junto con ella justo después de sus palabras, pero dejó impregnado un gran pensamiento en la vereda. Desde ese momento su sueño de convertirse en autopista quedó truncado, así, dedicó cada día de su vida a lo que siempre hizo: ser el camino hacia el destino de otros para poder hacer su propio camino; y se levantó con cada partícula de su cemento hacia su nuevo horizonte, sintiéndose mejor y pensando en que ella era lo que hacía que la ciudad sea ciudad, ayudando al mundo a ser mejor al darle un espacio a las personas.
Ahora la autopista quería ser vereda, pero ese es otro cuento.

La vereda encontró su fuerza. ¿Encontraste la tuya?

Lucho Neto

1 comentario:

Anónimo dijo...

ki wenaaaaaaaaa.....
muy buena historiaaaaa
derrpente llegas a ser J.K. Rowling